Hambre y dictadura


¿Qué libertad puede haber si el 40 % de las personas están por debajo de la pobreza, si más de la mitad de los chicos son pobres? Porque, para ser libre, es necesario tener el estómago lleno.

Cuando hablamos de derechos humanos en la Argentina, es común que se asocie a las violaciones de los mismos en la última dictadura militar, y en ese caso se avanzó mucho.

Pero todavía tenemos en la sociedad personas a las que esto no les importa. Las consecuencias de los siete años de dictadura; los 30 mil desaparecidos; la guerra de las Malvinas que dejó más de 700 argentinos muertos; y ni hablar de los soldados que muchos años después cayeron en depresión y se suicidaron. Entonces, mucho menos les va a importar que la industria nacional quedó por el piso y el país con deuda multiplicada por seis.

Según los militares, vinieron a poner orden a una Argentina realmente convulsionada, pero entre exilios y desaparecidos lo que hicieron fue empeorarla. Anti patrias que usaron un Mundial de fútbol y una guerra para distraer a las personas.

Los genocidas no estuvieron solos. Grandes grupos económicos y mediáticos, la malvada sociedad rural, y la Iglesia católica los ayudaron. Esa Iglesia, la misma que intenta hacer creer que hasta Dios tiene dueño.

Es difícil creer en el mismo dios que creen los genocidas. Porque la mayoría eran así, en la semana roban, violan y matan, pero los domingos todos iban a misa buscando el «perdón divino». Sin embargo, en la actualidad, y en respuesta a esos hechos atroces, hay genocidas presos y algunos otros muertos en la cárcel. En muchos aspecto nos falta, como Nación, mucho camino por recorrer.

Las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo fueron la base de la oposición a los militares, las que siguen luchando, las mismas que son denostadas por un grupo minoritario de la sociedad actualmente.

Ella son las que ven en la juventud la esperanza y los proyectos de vida que les truncaron a sus hijos. Pero los tiempos cambian, y sin embargo la mayoría no logra sus objetivos, antes por un Estado opresivo, después por gobiernos neoliberales o tildados de populistas y ahora por una pandemia.

¿Será que los proyectos de vida no son derechos humanos? Querer una vivienda y un trabajo dignos, el derecho a ser libre, que no importe qué ideologías pueda tener cada quien, o si sos pobre o en qué barrio vivís. Porque a pesar de que todos esos son derechos universales, no todos pueden acceder a ellos.

¿Qué libertad puede haber si el 40 % de las personas están por debajo de la pobreza, si más de la mitad de los chicos son pobres? Porque, para ser libre, es necesario tener el estómago lleno.

Es muy complicado aceptar un trabajo con un sueldo miserable y consciente de que alguien más podría aceptarlo aun por menos dinero, y justo en ese punto están están las ganancias de las empresas. Sin embargo, los empleadores hablan de esfuerzos, porque solo a ellos el Estado los puede ayudar, financiar y salvar de cualquier deuda.

Es imposible pensar algo bueno con hambre. Muchas veces esa sensación desagradable en la panza es lo que lleva a una persona a la delincuencia, que obviamente no tiene ningún tipo de justificación, pero tampoco se comprende. Y ni hablar de la depresión que genera no tener trabajo.

¿Alguien será feliz con hambre? Ningún desempleado busca un futuro utópico, solo un trabajo.
Las personas sin empleo también tienen la obligación de conseguir un futuro mejor para su familia, pero sin oportunidades las chances se desvanecen. El sistema capitalista está podrido, aunque sus ideólogos intenten explicar que a pesar de sus fallas no hay otro sistema mejor. El capitalismo nunca tuvo escrúpulos.

Argentina es un país que se resiste al olvido, a la impunidad, para no repetir la historia. Está en los argentinos resistir y no romantizar la pobreza, esa que mata despacio sin que nadie se dé cuenta.

Es decir, la memoria, verdad y justicia debe aplicarse en todos los aspectos de la Argentina. No será fácil, y depende mucho de los ciudadanos apartarse del conformismo. Se necesita tener una clara conciencia de clase para jamás defender al opresor ni mirar con desprecio a los oprimidos.
Esos oprimidos que no tienen defensa ante el hambre o el desempleo, y que siempre pagan el precio por gobiernos malos e incapaces.


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